martes, 9 de septiembre de 2014

Los becarios del ALBA en Venezuela pasan hambre y se sienten engañados





 Foto: Archivo diario La Prensa de Nicaragua que en mayo informó del retorno de estudiantes 
de ese país desde Venezuela por la crisis y lo insostenible de su situación. Los bolivianos 
pasan muy malos momentos.

8 de septiembre de 2014. 19.35. "Y hasta hoy no nos han traído ni los alimentos ni han depositado el monto de la beca; no tenemos información de lo pasa y pasará".
 

Mabel Franco / La Paz

Hambre, incertidumbre, rabia. La sensación de sentirse engañados y abandonados. Así se describen los becarios bolivianos en Venezuela, en la voz de Manuela (nombre ficticio para proteger su identidad ), todos provenientes de familias sin demasiados recursos económicos y que con mil bolívares al mes deben cubrir todos sus gastos de estudio y sobrevivencia cotidiana. Becarios ALBA (Alianza Bolivariana Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), para mayor precisión.


“Yo estoy agradecida con este convenio por la oportunidad que me brinda, conocer esta realidad me hace cada día más fuerte y entender mejor por lo que estamos pasando a nivel de Latinoamérica, y sé que al final de esto daré una contribución a mi comunidad y a mi país”, aclara Manuela, que contactó a La Pública por Facebook, antes de expresar su denuncia.


“Si lo hubiésemos sabido”, dice, quizás la situación se sobrellevase mejor o no se hubiese viajado sin contar con dinero. Ella se enteró en marzo de 2011, por un amigo, de que había becas de estudio para Venezuela y Cuba. “Hice mi consulta y presenté lo que se pedía como requisitos de postulación: documentos personales y de bachiller”. Al mes salió la lista con el nombre de los seleccionados y la fecha en que iban a ser entrevistados por personal venezolano. A Manuela le preguntaron sobre la solvencia económica de la familia y si pertenecía a alguna organización social del país. La joven contó que su familia vive de lo que siembra (agricultura) y dio datos sobre su vivienda más bien sencilla.


La alegría fue absoluta cuando la llamaron al cabo de 30 días para decirle que había sido aceptada y que en agosto o septiembre podría viajar.


“Pero la fecha del viaje cambió como tres veces”. En todo caso, Manuela tuvo tiempo para hacer los trámites ante la Cancillería boliviana: entrega de documentos personales y de estudio para su legalización y certificación. La Escuela de Gestión Pública Plurinacional fue la instancia en la que los estudiantes como ella dejaron los documentos, y de allí se canalizaron a la Embajada de Venezuela.
El 25 de febrero de 2013, es decir más de un año después de lo anunciado, Manuela recibió la llamada y la confirmación para el viaje que debía hacerse el 4 de marzo. “Decidí retomar la idea del viaje”, cuenta la joven.



Dejar la comunidad y estudiar


Penúltima hija de numerosa familia, con padres sexagenarios, Manuela dejó su comunidad para estudiar y no limitarse al matrimonio, como hacen muchos chicos y chicas, según cuenta, por ejemplo algunos de sus hermanos y hermanas. Cursó dos carreras técnicas y comenzó a abrirse paso en la gran ciudad, pese la discriminación y otros problemas.


La beca, por eso, se le presentó como la oportunidad ideal. Mucho más cuando ella reconoce que el proceso venezolano, encabezado por Hugo Chávez en su momento, la sedujo por la idea de revolución y cambio. “Fueron ideas y sueños que se construyen, pensando en cuanto podía aportar después de mi regreso a mi pueblo y sobre todo a mis papás; y a pesar de que fue muy poco el apoyo que ellos me pudieron brindar, quise continuar en busca de mis sueños”.


“Todo está cubierto”


En el momento en que la llamaron para informarle del viaje, “hice la consulta nuevamente sobre lo que cubría la beca, y el funcionario de nombre Marcos (quien era funcionario de la Embajada de Venezuela en Bolivia) me dijo que teníamos cubierta la alimentación, materiales de estudio, la ropa, el transporte y que el dinero que nos diesen sería para algunos gastos extra o para algún deseo”.
El 4 de marzo de 2013, Manuela y otros jóvenes bolivianos llegaron a Venezuela. 


En el aeropuerto firmaron un documento de compromiso a tiempo de ser recibidos por Eduardo Mayora y Anay Ojeda de Fundayacucho, oficina que es responsable de los estudiantes becarios. Los estudiantes “fuimos asignados a diferentes habitaciones de una residencia, pequeñas en todo caso, de dos, cuatro, cinco y seis personas”.


Al día siguiente “nos reunimos con la directora de Fundayacucho, María Alejandra Sosa, y con María Fernanda Serrano, encargada directamente de nosotros, y otras cuatro personas que nos informaron sobre las condiciones, tanto de estudio como de comportamiento dentro y fuera del horario de estudio”.


Como es natural, los becarios están obligados a responder con las mejores calificaciones en la universidad, pero además, no pueden participar de ninguna organización o movimiento político o social y tampoco trabajar. Esto último se vio como obvio, hasta que los jóvenes tropezaron con el poco dinero para vivir solamente de la beca.


Hugo Chávez, el presidente de Venezuela ese 2013, falleció el 5 de marzo (un día después de la llegada de los bolivianos) y el país se paralizó. Imposible acudir a alguien: sin comida ni materiales de estudio ni nada, salvo la habitación compartida para a vivir en otro país.


“Yo llegué con 300 dólares, que fue el pago de un trabajo que realizaba antes de viajar, y mis cuatro compañeros sólo venían con 50 y 100 dólares, y con eso cubrimos nuestros gastos: compramos la comida, utensilios de cocina, material escolar y lo que necesitábamos en esos momentos”.


Pidieron una reunión con la gente de Fundayacucho y “nos informaron que los becarios recibiríamos 600 bolívares (95 dólares, más o menos) por mes para pagar todas las cuentas”, pues la vivienda ya era el aporte de la beca. Y allí los dejaron, sin utensilios ni víveres. Durante dos días les enviaron almuerzo, “y después los funcionarios que nos recibieron desaparecieron hasta el día de hoy”.


En el tema de salud, “contamos con un seguro universitario, pero en la realidad no funciona ni para los venezolanos”.


“Nos dio rabia, impotencia, porque no sabíamos qué haríamos en un país extraño en tales condiciones; reclamamos a la directora que por qué no nos informaron de todo esto antes de traernos con mentiras; pero ella nos preguntó que quién nos había hecho esas promesas”.


Pero el engaño funcionó igual con becarios de otros países. “Al hablar con los compañeros de diferentes procedencias, nos dimos cuenta de la mentira generalizada y lo peor es que todos somos de escasos recursos, pues se supone que el convenio del ALBA está destinado a familias de escasos recursos”.


Desde ese mes de marzo, la economía de Venezuela comenzó a caer, “con una inflación tremenda, el pan que costaba 4 o 5 bolívares subió a 8 y 10, así que el poco dinero con el que contábamos se fue terminando; hacíamos lo que se podía a fin de que los 600 bolívares nos alcanzaran para la comida, aprovechando el comedor en la universidad, aunque sólo cubre el almuerzo de lunes a viernes”.


Manuela recuerda que ella y sus compañeros de infortunio, que pensaban eran víctimas de una excepción, se animaron a buscar a Javier Sucojayo, de la Embajada de Bolivia en Venezuela. “Le dimos a conocer nuestra situación, pero descubrimos que la mayoría de los estudiantes estaba en las mismas y que incluso había quienes estaban en peores condiciones. Hicimos llegar carta y hablamos con el Embajador, quien se comprometió a buscar respuestas, pero nunca lo hizo”.


En vacaciones “nos hicimos enviar algo de dinero con compañeros que fueron a Bolivia, y así pasamos hasta fines de 2013”. Este 2014, sin embargo, “la situación es más difícil, pues la falta de alimentos, la tremenda inflación, hacen que los 600 bolívares no alcancen sino para hacer un modesto mercado”.


Otros becarios, “que recibían 1.000 bolívares (159 dólares americanos, más o menos) pues no tenían vivienda, están mucho peor. Ese monto es lo que cuesta el alquiler más modesto y ya se habla de subirlo”.


Protestas, castigo


Los becarios brasileños que estudiaban medicina, encabezados entonces por Jaquelin Texiera, protestaban hace dos años ya por este trato; “pero no se les dejó entrevistarse con el presidente Chávez”, como ellos querían. Los bolivianos “nos integramos a ese grupo y nos sumamos a la lucha, pues ha sido esta movida la que ha logrado que desde junio del año pasado se apruebe un presupuesto mayor para cubrir la alimentación y vivienda de todos los estudiantes internacionales, aunque no se cumple del todo”. Por ejemplo, “en noviembre y diciembre del año pasado nos entregaron alimentos para cada estudiante, aunque llegaron en mal estado y después se interrumpió la entrega hasta finales de marzo”.


Manuela dice que en enero se pidió que el dinero destinado a alimentos se entregue en efectivo o con tarjetas de alimentación, para aprovechar mejor esta ayuda”. Ocurre que la comida se les entrega de una sola vez: carne y verduras incluidos, los que se pudren antes de llegar a fin de mes. El frigobar que se comparte entre 10 o 12 personas no ayuda mucho.


“Todas las propuestas que hicimos llegar a la OCSEI (Oficina de Cooperación Social a Estudiantes Internacionales) del Ministerio de Educación fueron rechazadas porque ‘por política no se entrega dinero’ y otras excusas”. En abril les dieron una tarjeta de alimentación; “pero nos la quitaron en junio, luego de una protesta que protagonizamos”.


3.000 bolívares sólo en el papel


En junio del año pasado fue aprobado un presupuesto que debía regir hasta diciembre. El monto para cada estudiante se fijó en 3.000 bolívares. El parámetro fueron las necesidades de los estudiantes de medicina que recibían ese monto en una tarjeta de alimentación, en vista de que ellos no tienen una sede universitaria, sino que se encuentran en diferentes hospitales, y le es difícil tener un comedor o los víveres.


A estudiantes como Manuela se les explicó que se les daría menos dinero, “aunque la universidad maneja el presupuesto de 3.000 bolívares para comprar nuestros alimentos; nos traen la comida a veces cada 40 o 45 días y no lo que pedimos; no negamos que esta entrega nos ayuda mucho; pero no queremos que nos sigan utilizando”, pues a nombre de ellos se presupuesta los 3.000 y se gasta menos.


La protesta del 7 mayo reciente ha provocado que los estudiantes de medicina pierdan la tarjeta de alimentación y que reciban alimentos, como todos, “que no alcanzan ni para dos semanas: 2 pollos, 2 kilos de arroz, un litro de aceite, 2 bolsitas de lenteja, una bolsita de frejol negro, huevos, una bolsa de pasta (fideo), un kilo de azúcar, un kilo de sal, y tres o cuatro cosas más”. Manuela calcula que esa cantidad de comida, aun exagerando el precio, no llega a 2.000 bolívares, pero se justifican en los papeles por 3.000. Alguien está engañando “y no son los estudiantes”.


Cubrir todo el mes, desayuno, almuerzo, cena, exige que se recurra a los 1.000 bolívares que se entrega a cada estudiante para gastos como transporte, material de estudios y otros. “No alcanza, así que hace dos meses trabajo con una compañera de habitación los fines de semana, cuando se puede, disfrazándome de muñeco para animar fiestas de niños”.


Y ¿cuánto se necesita mínimamente para sobrevivir?


Un presupuesto realizado por los estudiantes internacionales, aunque en el mes de abril, hoy los precios han cambiado mucho, establecía algo más de 5.000 bolívares para vivir con lo básico un mes (el salario mínimo en el país es de algo más de 4.000 bolívares). Sin contar con el pago de vivienda, por supuesto.


¿Cómo se gastan los mil bolívares?


Pagar el plan del teléfono (35 bolívares)


Comprar verduras y carne (lo que nos traen no alcanza)


Pasajes para ir y volver de la universidad


Pasajes para cumplir con la comunidad donde estamos llevando adelante un proyecto (que también corre por nuestra cuenta, es una obligación)


Fotocopias, impresiones, material escolar, libros que no hay en internet


Productos de aseo personal y para lavar la ropa (detergente, jaboncillo y crema dental, desodorante y champú, si es que se encuentra).


Ni pensar en comprar ropa o zapatos. Un par de zapatos deportivos cuesta mínimamente 1.000 bolívares, un pantalón de 500 para arriba y una polera sencillita, 200 bolívares y más.


Manuela retoma lo dicho al principio: “Esta experiencia nos hace cada día más fuertes, pero no se trata sólo de comida o de dinero, sino de trato justo para nosotros, que se nos hable con la verdad o se nos de opciones para que sea más fácil cubrir nuestras necesidades, como por ejemplo abrir plazas especiales de trabajo para los estudiantes”.


Sobre sus sueños, la joven boliviana afirma no haberlos perdido, pues sabe que al despertar, “a veces nos damos golpes fuertes que nos hacen reaccionar y reflexionar sobre cómo debemos de seguir. Y yo voy a seguir”

Noticias de otros becarios
http://noticias.laprensa.com.ni/2014/05/17/nacionales/194719-becarios-nicas-en-venezuela-de-regreso-por-crisis




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